miércoles, 15 de octubre de 2008

9:39 a. m.
Por Gilberto Lima

Ojo con los que dicen no tener nada que perder, que si no tienen nada ha de ser porque a lo mejor no lo han ganado. Quizás se trate de personas que tuvieron pocas oportunidades o de los que prefirieron quedarse a esperar sus proveedores espontáneos.

Los proveedores espontáneos por excelencia son, y siempre han sido, los padres. Son ellos los que deben inculcar en los hijos e hijas que siempre deben tener algo que perder, por qué luchar y por qué esforzarse.

Usando uno la lógica, se da cuenta de que quienes no tienen nada que perder son potenciales enemigos de las sociedades, porque suelen convertirse en el brazo ejecutor de lo inadmisible, mensajeros de aquellos que probablemente sí tengan o quieran recuperar algo que están echando de menos.

Quien no tiene nada que perder es por demás infeliz, carece de significativos valores. Siempre se ha dicho que "QUIEN NADA TIENE NADA VALE".

Quien dice no tener nada que perder está llamado a actuar por instinto, a ser una persona temeraria. Cuando se sepa de algún joven que se auto considera así, lo prudente es hacer partícipe a sus padres y a alguna organización social de esa actitud.

Si se comparte escenario con alguien que dice no tener nada que perder no debe mostrársele ni temor ni altanería, lo primero es su alimento y lo segundo su ira. Y al fin y al cabo, sin que esto nos parezca el título de una película, son más los que efectivamente no tienen nada que perder que quienes diciéndolo creen adquirir esa condición o quienes lo hacen como una manera de amenazar.

En todo este relato hay un incierto. Nadie es tan rico que no necesite un vaso con agua ni ninguno es tan pobre, o tiene tan poco que perder, que no tenga o que no le interese, un par de litros de aire.

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