Reza un viejo dicho que “al denudo
le llega de todo, menos ropa”, por eso decimos que Villa Jaragua, el pueblito
que una vez nos vio nacer, por su lejanía y la falta de dolientes, sufre todo
tipo de miseria por desidia, desdén y dejadez de las autoridades.
Para saber cuánto sufre mi lar,
tan solo tengo que participar de una de las eucaristías que cada domingo oficia
en la parroquia San José Obrero, el sacerdote Anderson Fabián, párroco de
ese municipio.
El cura nos saca las lágrimas
cuando dice que la gente de allí muere sin comida y sin vivienda.
La personas, principal activo de
quienes visitan su iglesia, le susurran al oído y le lloran por comida, porque
viven muy mal, siendo el principal problema, el no tener una casa donde
vivir y una cama donde dormir.
Dice el reverendo, que camina todo
el pueblo y que de tanta necesidad que observa, se encuentra con familias que
se desayunan por las noches.
Al religioso le apena ver a
personas que comienzan a construir una casucha y duran hasta cinco años, y a
veces ponen maderas y se les pudren y tienen que volver a colocarlas, porque no
cuentan con recursos.
Al padre Anderson ya le duele la
mano de tanto extenderla para pedir que le den para ayudar a feligreses que de
rodilla caen en la iglesia, no para rezar, sino por el mareo que le ocasiona el
hambre que pasan.
En esa agreste comunidad del sur
hay personas muy pobres, que para poder comer tienen que pedir, a pesar de que
allí hay personas y muchas organizaciones de la sociedad civil que
reciben dinero y cooperaciones internacionales, pero no comparten con los que
más necesitan.
Hay muchas ONG y muchas
fundaciones que reciben mucho dinero y no hacen nada a favor del pueblo.
El párroco de la iglesia San José
Obrero, de Villa Jaragua, se pregunta cómo una familia puede aguantar tanto
tiempo viviendo en una rancheta cobijada de yagua con un piso de tierra.
El religioso expresa que el
gobierno construye viviendas en la zona, pero que estas no se las entregan a
quienes verdaderamente las necesitan.
Se lamenta amargamente porque las
calles, por igual, en su mayoría no están asfaltadas, las que en ocasiones
comienzan a repararlas y no la terminan. Lo mismo con la escasez de agua
potable y energía eléctrica.
Ante tantas vicisitudes,
calamidades y gente muriendo de hambre, el sacerdote de la Villa, incómodo,
impotente y apenado ha hecho un llamado a las autoridades oficiales para que se
acerquen más a las personas de ese pueblo y le ayuden a superar sus miserias y
carencias.
Autor: Nélsido Herasme. Es periodista de Santo Domingo.
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