jueves, 12 de marzo de 2009

11:53 a. m.
Por Sergio Acevedo
La polémica desatada entre los dirigentes reformistas Humberto Salazar y Víctor Gómez Casanova, en relación al planteamiento sustentado por el primero que define la incompatibilidad en el desempeño del cargo de Secretario General del PRSC, con la función de comentarista en el principal medio radial del país, desempeñada por el segundo.
Los actores del debate, talvez sin proponérselo, han puesto sobre el tapete el tema de la veracidad e imparcialidad del periodista en el tratamiento de la información, lo que sin duda alguna constituye la piedra angular en todo proceso informativo, ya que compromete la confiabilidad del informador.
De entrada, puedo afirmar que la imparcialidad no existe como una categoría absoluta en el ámbito informativo, como tampoco en ninguna otra actividad humana, porque todos los seres tenemos una determinada inclinación hacia una cosa u otra.
Sin embargo, a mi humilde entender, resulta cuestionable que un líder político, representante de una parte -grande o pequeña- de la población, ejerza de comentarista en un medio que es un instrumento que opera al servicio de la sociedad en su conjunto, no de una parte de ella, aunque esta sea de algún modo representativa.
El problema es que nadie es impoluto en grado sumo y por ese mismo motivo, es obvio que en algún momento se pierde la objetividad en el examen y tratamiento de la información y, consecuentemente, el medio deja de cumplir con una de sus prendas sagradas que es la de informar con veracidad y de opinar con honestidad, sin ningún tipo de influencia ajena a la propia información y sin ninguna ingerencia exterior.
En aras de la objetividad, que es la principal obligación del comunicador, este debe mantenerse incólume en materia de militancia, aunque obviamente esto no significa que el periodista no pueda inclinarse hacia una determinada tendencia política o ideológica. Lo que no puede es contaminar la información, ni su opinión, con influencia alguna, ni la que emana de los poderes públicos, ni la que se origina en los sectores privados.
Todos sabemos que tanto Euri Cabral, como Martínez Pozo defienden las posiciones del gobierno y el partido que lo sustenta, mientras que mi amigo Archibald hace lo mismo desde la atalaya del PRD. Pero ninguno de ellos es dirigente de esos partidos, por lo que nadie puede acusarlos firmemente de que trabajan para esas organizaciones.
En el caso de Víctor, la realidad nos dice que es el Secretario General de un partido, que es un político militante, circunstancia esta que le limita el ejercicio independiente del periodismo. El haría más por la causa de su partido si sólo dedicara su tiempo al quehacer político, si actuara como un cuadro profesional organizando, educando, accionando por su partido.
Lo mismo aplica para el periodismo. Si sólo fuera periodista le proporcionaría un mejor servicio al país, al medio en que labora, a la profesión y a su propia ética como profesional en progreso y con un hermoso futuro. No se puede ser político y periodista a la vez, porque una actividad involucra a la sociedad en su conjunto, la otra a una parte del conglomerado.
La información es un derecho que corresponde a la sociedad, nadie es dueño de ella, ni los medios, ni los periodistas, ni los poderes públicos., por lo tanto debe ser servida con un alto sentido ético.
Y se violenta la ética de la profesión cuando se está en un medio en representación, no de la sociedad, sino de un partido político, no importa su grado de ascendencia social.
El periodista puede ser miembro de cualquier partido político y, en la práctica, todos hemos tenido algún tipo de militancia. Pero nadie va a creer en la imparcialidad y objetividad de un comunicador que a la vez es alto dirigente de un partido, ambas funciones no encuadran y constituyen un camino inequívoco hacia la pérdida de credibilidad, el arma más poderosa tanto del medio, como del que sirve la información.
El respeto a la identidad política e ideológica del comunicador es legitimo, pero el mismo queda limitado por la exigencia de la veracidad de las informaciones que sirve, lo mismo que de las opiniones que emite. Ambas tienen que estar protegidas por un alto e inexorable sentido ético, por constituir una exigencia del derecho que tienen los ciudadanos a estar informados adecuadamente y con calidad.
Se habla del pluriempleo y de las proezas que tiene que hacer el periodista para poder atender sus necesidades, debido a los bajos salarios que recibe de los medios. Esa es una verdad incuestionable, pero es importante señalar que el comunicador no es un vendutero público, sino un hombre especial que sirve un insumo especial que involucra al conjunto de la sociedad.
Es una especie de sacerdocio que está en la obligación de llevar a cabo con dignidad y orgullo, porque es preciso apuntar que hay trabajos que realmente son incompatibles. No se puede ser dirigente político y comentarista a la vez, porque una de esas funciones no se desempeñará con eficiencia, a no ser que el que la haga tenga el don de la oblicuidad.
¿Que puede aportar a su causa un dirigente que debe de estar a tiempo completo y, sin embargo, le dedica medio tiempo a su actividad más importante y exigente?. Un líder que ocupe la función de Víctor en el PRSC o en cualquier otro partido, no debe hacer otra cosa, y mucho menos ser comentarista en un programa imparcial. Tiene que ser una cosa o la otra, pero nunca las dos al mismo tiempo.
La democracia se construye cada día con el ejercicio consciente de una prensa independiente, que defienda la libertad que tenemos todos a expresarnos sin restricciones que no sean las que establecen la ética y las buenas costumbres. Y esos valores se hacen valer cuando el ejercicio periodístico se hace con independencia, con veracidad y objetividad.

Sergioacevedo_48@hotmail.com

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