jueves, 2 de octubre de 2008

9:04 p. m.
POR ANNA GRAU. CORRESPONSAL
Tomado de ABC.es


NUEVA YORK.- (Jueves, 02-10-08).- Hasta ahora se pensaba que el sida empezó en África, concretamente en el sureste de Camerún, cuando la primera temida cepa del virus saltó de los chimpancés al hombre.


Se creía, además, que esto ocurrió alrededor de la tercera década del siglo XX.


Nuevos estudios acreditan que el brote original es bastante anterior, de entre 1894 y 1924, y que en la consolidación de la pandemia fueron clave los primeros núcleos urbanos fundados por el hombre blanco en el Continente Negro.


Concretamente la ciudad que entonces se llamaba Léopoldville y que ahora conocemos por Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo.
Kinshasa es la tercera ciudad más importante de África, por detrás de Lagos y El Cairo y empatada con Johannesburgo. Tiene 7,5 millones de habitantes y se encuentra a orillas del río Congo, mirando cómo en la otra orilla se yergue la capital del «otro» Congo, Brazzaville. La capital de un país casi se toca con la del otro.
Esta tradición de encrucijada le viene de lejos, de cuando Léopoldville (llamada así porque entonces el Congo pertenecía a Bélgica) fue fundada en 1881 precisamente como un punto de intercambio comercial. Allí estuvo el primer puerto navegable al norte de las Cataratas Livingstone. En 1998 el advenimiento del ferrocarril redobló su potencial estratégico.
Aunque farmacológicamente la enfermedad ya se controla y la infección se mantiene a raya, nadie ha podido aún encontrar una vacuna total,
Por desgracia no era estratégico sólo para las mercancías. Según dos estudios que esta semana publica Nature, Léopoldville fue el primer epicentro mundial de contagio del sida. Allí un virus todavía incipiente tuvo la posibilidad de echar el ancla en organismos humanos muy variados y, sobre todo, muy móviles.
«Se transmite mal»
¿No habría sida sin colonización y urbanización africana? El doctor Michael Worobey, de la Universidad de Arizona, que ha dirigido el estudio, subraya que el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) más extendido como causa del sida tiene muchos puntos fuertes que lo hacen aún inatacable: sólo entre cuatro y diez días después de la infección ya es capaz de interferir la capacidad inmunitaria y de crear profundas reservas en el organismo, se diversifica enormemente... Una vez dentro del cuerpo es casi invencible. Pero en cambio su punto débil más curioso es que le cuesta más entrar que a otros virus. «Se transmite mal», afirma Worobey.
Aunque no es esta una idea en la que se insista mucho para no relajar las alertas sanitarias, los versados en la materia como Worobey sí son conscientes de lo que esto puede significar. Por ejemplo, que sin las primeras aglomeraciones urbanas de África el VIH quizás no se habría hecho tan fuerte.
De la zona de Kinshasa son las dos muestras cuidadosamente analizadas por el equipo de Worobey. Son las más antiguas de las que se tiene noticia y datan de 1959 y 1960, que es cuando la pandemia empieza a detectarse. La amplia gama de síntomas posibles y la alta mortalidad en África por muchas otras razones retrasaron la identificación de la amenaza.
Es la primera vez que se aplican técnicas casi de resucitación genética a muestras de tejidos infectados tan antiguas
Desde entonces está acreditada la infección en todo el mundo de 60 millones de personas. La mitad de ellas han muerto. Aunque farmacológicamente la enfermedad ya se controla y la infección se mantiene a raya, nadie ha podido aún encontrar una vacuna total, y sobre todo que atienda a las distintas poblaciones y hasta nacionalidades del virus.
Dos muestras analizadas
Worobey busca las fuentes del Nilo de esta enfermedad explorando muestras de tejidos humanos infectados y comparándolas con cepas del virus original de los chimpancés. Las dos muestras disponibles fueron tratadas con nuevas técnicas capaces de trazar el árbol genealógico hasta la cepa, con una rama para cada mutación. La conclusión fue que el virus original de los chimpancés era el común ancestro de ambas muestras, cuyas respectivas mutaciones estaban separadas por unos cuarenta años de historia del virus.
Es la primera vez que se aplican técnicas casi de resucitación genética a muestras de tejidos infectados tan antiguas, es decir, mucho más cercanas al foco primigenio de la infección. Hasta ahora no se había pasado de muestras de los años setenta, lo cual añadía grandes dosis de incertidumbre a los resultados.
No es que las conclusiones de este estudio sean en sí esperanzadoras. Pero proyectan una mirada mucho más directa sobre el largo y casi clandestino proceso de maduración de esta enfermedad. También abre una puerta a preguntarse qué otra clase de pandemias no estarán siendo calladamente incubadas por la Humanidad en este preciso minuto, y si podrán ser detectadas antes de que sea demasiado tarde.

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