lunes, 18 de abril de 2016

6:06 p. m.




SAO PAULO. Brasil.- El vicepresidente de Brasil, Michel Temer, ha pasado meses presentándose como un estadista experimentado dispuesto a unir el país en caso de que la presidenta Dilma Rousseff sea destituida.
Después de la histórica votación de la cámara de diputados este domingo, Temer, un abogado de 75 años que es ampliamente considerado como un astuto negociador de acuerdos a puerta cerrada, queda un paso más cerca de la presidencia.
El proceso de impugnación de Rousseff ahora se traslada al Senado, que decidirá en los próximos días si la mandataria debe enfrentar un juicio por, presuntamente, haber infringido las leyes presupuestarias, una acusación que ella niega. Si va a juicio, Temer asumirá la presidencia durante el período que dure el procedimiento. Si el Senado halla a Rousseff culpable, Temer permanecerá en la presidencia hasta fines de 2018, cuando concluye su mandato.
Con sus elegantes trajes y actitud de aristócrata, Temer exuda confianza. Sin embargo, las dudas en torno a su capacidad para forjar un gobierno de unidad nacional si Rousseff es depuesta han aumentado. El vicepresidente sufrió una serie de reveses en los últimos días que han dañado una imagen cuidadosamente cultivada como un pacificador y podrían perjudicar su capacidad para liderar una nación profundamente dividida.
Rousseff lo ha acusado de traición en lo que ha calificado como un auténtico golpe de estado y manifestantes ya han hecho un llamado para que renuncie a su cargo.
Hasta hace poco, Temer se había presentado como un político moderado y sensato que estaba por encima de las riñas entre los partidos y quien estaba siendo obligado a regañadientes a asumir el control del gobierno. Ahora, sin embargo, está actuando abiertamente como quien se prepara para asumir la presidencia del país.
Un vocero de Temer dijo que el vicepresidente había pasado el domingo dialogando con políticos y que había enviado representantes a reunirse con la Corte Suprema para tratar las negociaciones sobre la deuda de los estados. “Está haciendo lo que puede mientras aguarda una decisión que lo puede dejar en la presidencia”, señaló Marcio de Feitas. El portavoz agregó, que a Temer no le preocupan las encuestas que revelan que el público tiene una muy mala opinión de él y de Rousseff. Un sondeo reciente conducido por Datafolha indicó que a un 60% de los brasileños les gustaría una renuncia de ambos.
“Sus niveles (de popularidad) están contaminados por el gobierno (de Rousseff)”, aseveró Feitas. “Sabe que mejorarán una vez que él encabece el gobierno”.
Resta por verse, sin embargo, si un gobierno de Temer podrá terminar el mandato de Rousseff. Un juez de la Corta Suprema ordenó recientemente que el Congreso iniciara un proceso de impugnación en contra del vicepresidente bajo las mismas acusaciones que enfrenta Rousseff. Su salida, no obstante es improbable debido a su apoyo en el Congreso.
Por separado, el tribunal electoral de Brasil considera si el dinero sucio proveniente de la petrolera de control estatal Petrobras se usó para financiar la campaña presidencial de Rousseff en 2014. De ser así, el tribunal anularía los resultados y exigiría la realización de nuevas elecciones. Temer, que se postuló como vicepresidente de Rousseff estaría obligado a renunciar.
El político, hijo de inmigrantes sirios, es un experto en derecho constitucional que inició su carrera política en el estado de São Paulo, del cual es oriundo. A pesar de una carrera de décadas de servicio público, sigue siendo una figura más bien discreta, más conocida por sus habilidades como negociador que por su carisma político. Elegido al Congreso en 1987, ha forjado relaciones de largo plazo con la clase política y empresarial del país.
Sus partidarios lo describen como un adalid de la democracia que ayudó a forjar la constitución aprobada tras el fin de las dictaduras militares en 1985 y que ha sido un garante de la estabilidad. Sus detractores, en cambio, lo consideran un defensor del status quo carente de convicciones ideológicas o un claro programa de gobierno.
Al igual que numerosos políticos brasileños, Temer ha cambiado sus lealtades a la par de la evolución de su carrera. Ha sido uno de los políticos más tradicionales del principal partido político brasileño, el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Al igual que el PMDB, Temer ha sido criticado por priorizar su lugar en el poder y la obtención de empleos clientelistas por encima de otros intereses.
Como parlamentario en los años 90, respaldó el gobierno conservador de Fernando Henrique Cardoso. En 2010, sin embargo, fue parte de la candidatura izquierdista de Rousseff.
Cuando aumentaron las tribulaciones de Rousseff tras su reelección en 2014, Temer se distanció paulatinamente de su gobierno y envió señales sutiles acerca de su disposición para reemplazarla.
La fisura se agrandó el mes pasado, cuando el PMDB se apartó de la coalición de gobierno que compartía con el Partido de los Trabajadores de la mandataria.
Rousseff ha descrito a Temer como el principal instigador de la ofensiva para apartarla del poder. También ha advertido que un gobierno de Temer daría marcha atrás en programas sociales que han ayudado ha sacar a 40 millones de brasileños de la pobreza, acusaciones que Temer niega.
Un momento delicado para el vicepresidente tuvo lugar la semana pasada, cuando se difundió una grabación en la que ensaya un discurso preparatorio para asumir la presidencia. Aunque Temer señaló que la divulgación del discurso fue accidental, sus comentarios desataron una tormenta en los medios de comunicación.
Temer ha prometido lanzar un paquete de medidas económicas para restaurar prontamente la confianza de los inversionistas y reactivar la economía.
David Fleischer, analista político y profesor emeritus de la Universidad de Brasilia, vaticinó que Temer tendrá que calmar los nervios del sector privado al recortar el gasto público para reducir el déficit fiscal y emprender reformas de los sistemas de seguridad social y pensiones, que encontrarán una resistencia feroz de parte de los sindicatos.
“Su tarea no es misión imposible, pero está muy cerca de serlo”, aseveró. “Va a ser doloroso y exigir algunos sacrificios”.
“Estamos hablando de un gobierno que no ha sido elegido, lo que en cierto modo lo hace menos legítimo”, dijo Alejo Czerwonko, un estratega de mercados emergentes de UBS Wealth Management en Nueva York. “Así que la luna de miel va a ser más corta”.
Esos sentimientos tuvieron en cierto modo eco entre los manifestantes reunidos el domingo en la Avenida Paulista, la vía principal de Sao Paulo. Entre ellos estaba Roberto Cambotas, un taxista de 65 años con una bandera brasileña en sus hombros y una poster hecho a mano con la leyenda “Adiós querida”, dirigida a la presidenta.
“Primero se va Dilma, después tenemos que ver qué puede hacer Temer”, dijo Cambotas. “Si no trae soluciones, volveremos a las calles a protestar”.
El Senado brasileño decidirá en los próximos días sobre si enjuicia a Rousseff o no, una decisión que requiere la mayoría simple de ese cuerpo de 81 integrantes. Analistas y expertos constitucionalistas prevén que eso podría ocurrir hacia mediados de mayo, si no antes.






Michel Temer, (derecha) tiene meses presentandose ante los brasileños como un estadista experimentado dispuesto a unir el país en caso de que la presidenta Dilma Rousseff (izquierda) sea destituida.

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