ROMA. Italia.- El Papa
Francisco clamó este Viernes Santo contra los terroristas “seguidores de cierta
religión” que profanan el nombre de Dios “para justificar su inaudita
violencia”, los corruptos que se “venden en el miserable mercado de la
inmoralidad” y los “ministros infieles” que no logran despojarse de sus
ambiciones.
Las declaraciones del pontífice formaron parte de una
larga oración que escribió y pronunció al final del rezo del Vía Crucis, junto
a miles de personas congregadas en el Coliseo Romano para participar en la
ceremonia más importante del Viernes Santo.
En lugar de dirigir un mensaje improvisado, el líder
católico prefirió leer la larga imploración que lamentó la suerte de los
cristianos perseguidos, decapitados, quemados vivos y degollados, “por las
bárbaras espadas y el silencio infame”.
“Oh cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la
injusticia humana, ícono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo
por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la
obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de
la victoria”, indicó Francisco en italiano.
Siguió comparando a la cruz con los rostros de los niños,
mujeres y personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la
violencia, que con frecuencia sólo encuentran la muerte y “a tantos Pilatos que
se lavan las manos”.
Refiriéndose a los refugiados habló de los mares
Mediterráneo y Egeo, convertidos en un “insaciable cementerio, imagen de
nuestra conciencia insensible y anestesiada”.
Desde lo más alto de la explanada del Palatino, el Papa
siguió la procesión dentro del Coliseo. Con varios latinoamericanos que
llevaron la cruz: el mexicano Rubén Guillén Soto, la paraguaya Nieves Masala,
la boliviana Susana Mamani y la familia Ecuatoriana Silva Jaramillo. Con ellos,
se alternaron fieles de Estados Unidos, China, Rusia, Uganda, Kenia y Siria.
En la primera y la última estación, la cruz fue cargada por
el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, luego varias familias, jóvenes,
discapacitados y voluntarios. Ellos acompañados, en todo momento, por dos
grandes candelas llevadas por Giuseppe Bonfatti y Anna Flis.
En su oración, el Papa habló de la cruz en la Iglesia.
Encarnada, dijo, en “los doctores de la letra y no del espíritu”, “de la muerte
y no de la vida”, que en vez de enseñar la misericordia, amenazan con el
castigo y la muerte y condenan al justo.
Fustigó a los “ministros infieles”, que en vez de despojarse
de sus ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su dignidad.
También lamentó la persistencia de los corazones
endurecidos de quienes “juzgan cómodamente a los demás”, dispuestos a condenar
incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
“Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que
quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el
nombre de un cierto paganismo laicista. Aún hoy te seguimos viendo en los
poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra
con la sangre inocente de los hermanos”, acotó.
Más adelante criticó a los destructores de la “casa común”
que, con egoísmo, arruinan el futuro de generaciones. Y evocó a los ancianos
abandonados por sus propios familiares, los discapacitados, los niños
desnutridos y descartados por una sociedad egoísta e hipócrita.
No sólo advirtió la presencia de la cruz en todos estos
males, también –como vía de la resurrección- en las personas buenas y justas
que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
También destacó a los ministros fieles y humildes, a las
religiosas y consagrados que acompañan en la pobreza e injusticia, a las
personas sencillas, a las familias que viven con fidelidad y fecundidad su
vocación matrimonial.
Fueron prácticamente los mismos temas desarrollados por el
cardenal Gualterio Bassetti, arzobispo de Peruggia, autor de las reflexiones
del Vía Crucis que se titularon “Dios es misericordia”.
Esas meditaciones se refirieron al “miedo al distinto, del
extranjero, del migrante”, a los sufrimientos que no parecen tener sentido, a
las víctimas de toda persecución, a los niños que son esclavizados en el
trabajo, a los inocentes que mueren en las guerras.
También habló sobre las mujeres objeto de explotación y de
violencia; los millones de migrantes, refugiados y desplazados que huyen
desesperadamente de las guerras; los hombres, mujeres y niños que sufren por
las familias rotas, la falta de trabajo y la precariedad.
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