No, no basta rezar para conseguir la paz ni para poner freno a la
delincuencia en todas sus manifestaciones, lo que tiene en jaque a la
mayoría de la sana población que “espontáneamente” se resguarda tras las
rejas en sus hogares, en sus negocios y en otros establecimientos
forrados de hierros en puertas, ventanas y balcones.
No, no basta rezar cuando te quitan la vida por un vulgar celular, por
unos cuantos pesos o para quitarte un arma de fuego obtenida legalmente.
Tampoco cuando dos malandrines te caen a golpes en tu propio hogar, te
quitan tu arma de reglamento y cuando logras mandar a uno de ellos al
infierno y el otro se escapa, terminas detenido por defenderte.
Tampoco basta rezar cuando sales a un lugar equis y te matan o golpean
para quitarte la cartera, y mucho menos cuando tus hijos quedan
desamparados porque la crueldad de los malandros no tiene límites.
Si se retrotrae a la época en que Jesucristo expulsa a los mercaderes
del templo se llega a la conclusión de que ayer, como hoy, los malvados
han hecho de las suyas. Se cuenta que hubo un momento en que Jesús de
Nazaret tronó: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones, pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones” Isaías
56, 7 y Jeremías 7, 11 respectivamente.
En fin, Jesucristo se crispó ante el desorden de ese grupo de forajidos
que en todos los tiempos son vistos como excluidos por sus acciones
vandálicas e irreflexivas.
Otro episodio en el evangelio de San Lucas, capítulo XXIII, versículo
43, refiere sobre Jesús en el momento de la crucifixión lo siguiente:
“Uno de los malhechores colgados lo insultaba: ¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti y a nosotros. El otro le reprendía: Y tú, que sufres la
misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la
paga de nuestros delitos; éste en cambio no ha cometido ningún crimen. Y
añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. Jesús le
contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
De la lectura anterior se aduce que en todos los tiempos de la humanidad
ha sido necesaria la sujeción ante los desatinos que perjudican la
tranquilidad.
En 1973 se formó en Venezuela el grupo musical llamado Los Guaraguao,
que tuvo como compositor a Alí Primera. Este conjunto participó en el
festival político-musical denominado Siete Días con el Pueblo realizado
en 1974 en el Palacio de los Deportes de la República Dominicana,
concierto que se extrapoló al parque Eugenio María de Hostos, al Estadio
Cibao en Santiago de los Caballeros y el Estadio Tetelo Vargas de San
Pedro de Macorís.
Estos conciertos de Siete Días con el Pueblo, convocados por la entonces
poderosa Central General de Trabajadores (CGT), fueron una especie de
despertar del espíritu, un sacudión al aturdimiento de la población, con
la participación de cantores argentinos, boricuas, cubanos, españoles,
mexicanos, uruguayo y locales.
Hoy, como ayer, parece escucharse de nuevo a los Guaraguao emular:
“Cuando el pueblo se levante y que todo haga cambiar ustedes dirán
conmigo no bastaba con rezar”.
Nadie debe tomar la ley por sus manos. Sin embargo, lo que está
ocurriendo es un asunto de todos. Hay que salir del encierro y no
esconderse ante un desalmado que le importa un bledo asaltar o asesinar a
una persona que transita por la calle, en su propio hogar y en
establecimientos diversos, llegando al extremo de que todos nos tenemos
miedo. No se debe permitir que este país sea cueva de ladrones y para
lograrlo no, no basta rezar.
Autora: Cándida Figuereo, periodista de Santo Domingo.
sábado, 27 de febrero de 2016
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