miércoles, 17 de septiembre de 2008

11:53 a. m.
El deseo de ganar y la impulsividad convergieron en su decisión de escoger a Palin.

Por David Ignatius.


En la cultura militar que modeló a John McCain, no hay responsabilidad más importante que las juntas de ascenso que eligen a los oficiales adecuados para las posiciones clave de la cadena de mando.


Es una confianza sagrada en el mundo de McCain, porque están en juego las vidas de gente. McCain escribía en sus memorias acerca de la responsabilidad del oficial para con aquellos que sirven a sus órdenes.


Tomó la decisión de mando más importante de su vida cuando eligió como candidato a la vicepresidencia a Sarah Palin.


Dos semanas más tarde, sigue siendo problemático que eligiera a una persona que, a pesar de todas sus admirables cualidades, no está preparada por experiencia o interés para ser comandante en jefe.


A causa del atractivo político y el dinamismo de Palin, es elogiada como “una elección inspirada,” por utilizar las palabras de Bush.


Y ciertamente ha energizado la lista electoral republicana.


Las encuestas lo demuestran, al igual que las multitudes entusiasmadas.


Y si la responsabilidad primordial de un político es ser elegido, ésta podría haber sido una elección sublime. ¿Pero fue la elección acertada? ¿Y qué nos dice acerca de McCain?


McCain tiene 72 años, y ha sufrido dos brotes serios de una forma virulenta de cáncer. Por tanto, tenía una responsabilidad especial al elegir el candidato que, en la práctica, pudiera ser comandante en funciones.


El país está en guerra, como McCain nos recuerda con tanta frecuencia, y estaba eligiendo a alguien que podría ser responsable de la seguridad de la nación.


El atractivo de McCain reside en que se presenta como un hombre de principios.


También le gusta ganar. Y tiene una vena impulsiva, rozando en ocasiones lo imprudente. El deseo de ganar, y la impulsividad, convergieron en su decisión de escoger a Palin una maniobra descarada que ha permitido a McCain retomar su faceta de rebelde.


Palin es una personalidad política inmensamente atractiva. Pero eso no convierte a Palin en una comandante en jefe adecuada para una nación en guerra. Carece casi por completo de cualquier conocimiento o experiencia en asuntos exteriores.


Barack Obama se enfrenta a un dilema similar, pero él lleva cuatro años bajo el ojo de la atención nacional y ha viajado, estudiado, se ha preparado y elige en Joe Biden a un candidato a la vicepresidencia que es uno de los expertos genuinos del Senado en política exterior.


El país seguirá el papel de Palin en entrevistas y debates, pero ahora mismo parece una apuesta genuinamente arriesgada.


Pensando en la elección de Palin, se empieza a evaluar otras maniobras que ha realizado McCain camino de obtener la candidatura republicana.


McCain acertó hace algunos años al advertir que los recortes fiscales de Bush tendrían consecuencias fiscales potencialmente ruinosas; ahora está a favor de prolongar los recortes que han dado lugar a una crisis de deuda y déficit.


¿Por qué cambió su postura, aparte de por oportunismo político?


McCain parece haber olvidado incluso lo que salvó su gran logro legislativo, que es la reforma de financiación de campaña.


Cuando durante el debate en la iglesia de Saddleback fue preguntado por los jueces del Supremo que no habría nominado, nombraba a Ruth Bader Ginsburg, Stephen Breyer, David Souter y John Paul Stevens. Resulta que esos son los cuatro de los cinco jueces que en 2003 votaron a favor de apoyar la decisión de McCain-Feingold.


En 2006, después de que McCain hubiera cortejado al reverendo Jerry Falwell en una iniciativa por ganar el apoyo conservador, yo le preguntaba si estaba renunciando a sus principios en aras de ganar. “No lo deseo a cualquier precio,” respondía McCain. “Seguiré haciendo lo correcto... Si eso significa que no puedo lograr la candidatura republicana, de acuerdo. Llevaré una vida igual de feliz. Lo peor que puedo hacer es vender mi alma al diablo.” Estaba en lo cierto.





Por considerarlo de interés Sol.Dominicano.com publica este artículo de David Ignatius es columnista del The Washington Post.

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