Por considerarlo de interés general, Sol-Dominicano.com, publica in extenso el discurso del mandatario dominicano ante Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Señoras y Señores:
En nombre del Gobierno y del pueblo de la República Dominicana, nos complace extender nuestras más cálidas felicitaciones al Señor Presidente, Padre Miguel d´Escoto Brockmann, de la hermana República de Nicaragua, por su reciente elección, al tiempo que aprovechamos esta oportunidad para expresar nuestros saludos a los miembros integrantes de esta Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
Hace ocho años, en este mismo lugar, los representantes de 189 países hicieron un compromiso crucial, posiblemente uno de los compromisos más trascendentes que tantas naciones del mundo hayan hecho jamás: acordaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En el año 2000, se creyó y se sigue creyendo hoy, que los propósitos que entonces se fijaron quedarían registrados en la historia común de la humanidad como la más valiente decisión ética frente a la pobreza extrema, la vergüenza de la injusticia generalizada y el desgarrador drama de la inequidad social.
Era una agenda de trabajo y de dedicación que exigía una gran dosis de voluntad política, el diseño de acciones que se correspondieran con las metas a alcanzar, un reordenamiento de prioridades presupuestarias y un mayor flujo de recursos asistenciales y de apoyo al desarrollo.
No asumimos los Objetivos de Desarrollo del Milenio en términos vagos. No rodeamos la Declaración del Milenio con conceptos abstractos y grandilocuentes, pero carentes de sustancia. Por el contrario, analizamos con la mayor crudeza posible la situación que queríamos corregir.
Medimos con precisión matemática su abrumadora dimensión y la magnitud del esfuerzo político y financiero que tendría su reversión.
Asumimos los Objetivos de Desarrollo del Milenio con tan suprema responsabilidad, que incluso fijamos una fecha para su cumplimiento: el año 2015.
Ahora estamos a mitad de camino, y nos enfrentamos con la desalentadora situación de un escenario internacional lleno de obstáculos para que podamos concluir lo que nos propusimos en el año 2000.
Sabíamos que habrían dificultades. Reconocíamos que tendríamos que superar inmensos obstáculos; y habíamos identificado los grandes retos, de todo género, que nos aguardaban para la obtención de nuestros planes.
En la República Dominicana hemos logrado obtener algunos avances hacia el cumplimiento de los Objetivos del Milenio.
Desde el 1991 hemos reducido a más de la mitad el porcentaje de niños de cinco años que tienen bajo peso para su edad.
Hemos progresado en conquistar nuestros objetivos en materia de desarrollo sanitario y hemos logrado controlar la propagación del VIH-SIDA.
Sin embargo, ahora ya sabemos que por encima de los pequeños logros alcanzados y los avances conquistados, no sólo por la República Dominicana, sino por naciones en desarrollo de todos los continentes, todavía más de medio millón de mujeres mueren cada año de complicaciones de los embarazos y los partos que pueden ser tratados y prevenidos.
Ahora ya sabemos, que si no se hace un esfuerzo extraordinario de aquí en adelante, el objetivo de reducir a la mitad la proporción de niños que nacen con un peso por debajo de lo saludable, no alcanzará a 30 millones de ellos. Ahora ya sabemos, también, que en el año 2006 aumentó a casi tres millones el número de muertes por causa del SIDA, y que las medidas de prevención contra esa ominosa pandemia siguen siendo penosamente insuficientes.
Otra perspectiva desoladora, es que más de 600 millones de personas no tendrán mejores servicios sanitarios que los que ahora poseen.
Ahora bien, al tiempo que esto ha venido ocurriendo, las naciones más ricas que se comprometieron a aportar ayuda oficial extraordinaria para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en general, se han quedado cortas a la hora de hacer efectivas sus ofertas. Sólo cinco de esas naciones - Noruega, Suecia, Holanda, Dinamarca y Luxemburgo - han hecho honor a sus compromisos, haciendo aportes iguales y en algunos casos superiores al 0.7 por ciento de su Producto Interno Bruto que fue establecido como apropiado por esta organización mundial.
No obstante, lo cierto es que en estos momentos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio se requiere, por parte de la comunidad internacional, de un plan de rescate financiero, de una especie de "bailout", como se dice en estos días. Conforme a estudios del Banco Mundial, se demandarían en promedio, cada año, en ayuda externa, cerca de 50 billones de dólares para cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Eso equivale a decir que para que se cumplan los propósitos de elevar la calidad de vida y las condiciones de dignidad de las naciones pobres del mundo, se necesitará de un plan internacional de financiamiento económico tan audaz y tan urgente como el que actualmente se lleva a cabo para salvar a Freddie Mac, Fannie Mae, Bear Sterns, Merrill Lynch, AIG y otras instituciones financieras.
De aquí al 2015, es decir, durante los próximos siete años, hasta cumplirse la fecha de realización de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se requeriría, siguiendo el criterio del Banco Mundial, 350 billones de dólares de ayuda externa, lo que representa la mitad de lo que en estos momentos se debate en el Congreso de los Estados Unidos para salvar de la quiebra a las empresas financieras de Wall Street, responsables de su propio fracaso.
Los pueblos del mundo afectados por el hambre y la miseria levantan su voz para que la comunidad internacional preste a la solución de sus necesidades la misma rápida atención con que ha acudido a salvar de la hoguera a instituciones bancarias al borde del colapso.
No queremos albergar la idea de que el rescate de la dignidad de los pobres del mundo no tenga la misma prioridad ni la misma urgencia que el salvamento de instituciones que operan en el más poderoso centro financiero del mundo. Aclaramos que no hemos venido aquí a condenar a nadie.
Tampoco hemos venido a levantar nuestro índice acusador contra ninguna nación amiga, miembro de esta familia de las Naciones Unidas. La nuestra, más bien, aspira a ser una voz de alerta.
Una voz que contribuya a estremecer la conciencia y procure la solución de un problema de alcance global de las naciones pobres, el cual resulta socialmente injusto y éticamente inaceptable.
Pero queremos, Señor Presidente, aprovechar esta tribuna para alertar también sobre otros aspectos que dificultan el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el avance y progreso de nuestras naciones.
Tal es el caso, por ejemplo, de la especulación no regulada en la compra y venta de contratos a futuro de petróleo y alimentos. No hay manera de ocultar el hecho de que sin ninguna regulación, los mercados de contratos a futuro son mecanismos que se prestan, a través de una especulación excesiva, del fraude y de la manipulación, a una distorsión de los principios fundamentales del quehacer económico. No cuestionamos el hecho de que en la fijación de los precios del petróleo, la oferta no ha aumentado en forma significativa, al tiempo que la demanda se ha incrementado, que no ha habido suficiente inversión en nuevas refinerías en los últimos tiempos, que existen tensiones geopolíticas en distintas partes del mundo, o que el dólar norteamericano haya experimentado una disminución de su valor.
Todo eso es cierto. Lo que cuestionamos, sin embargo, es el hecho de que en tan sólo doce meses, el precio del barril de petróleo pasó de 70 dólares a casi 150 dólares. En el mes de julio de este año quedamos estupefactos al observar que los precios del barril de petróleo aumentaron diez dólares en un día.
Pero hace apenas dos días, hemos contemplado, con gran perplejidad, que los referidos precios subieron, no diez dólares, sino 25 dólares el barril en un sólo día. ¿Cómo explicar eso? ¿Es que de repente, en cuestión de un día, el mundo entero aumentó su demanda en forma tan brusca? ¿O es que de manera inesperada los pozos petroleros del mundo vieron su existencia desaparecer?
En realidad, todo eso sólo tiene una explicación: la especulación excesiva en los mercados de futuro. Resulta incomprensible que alguien venda algo que no tiene y que otro compre algo que no aspira recibir.
Sin embargo, eso es lo que ha estado aconteciendo en estos momentos en la más clara expresión de funcionamiento de eso que se ha dado en llamar "capitalismo de casino".
En apenas cinco años, han entrado cientos de billones de dólares en los mercados de materias primas a futuro, gran parte dirigido a la energía, mientras los precios se dispararon en más de un 200 por ciento entre julio del 2003 y julio del 2008; y eso ocurrió no sólo con unos cuantos productos básicos, sino con la totalidad de los 25 productos del índice del mercado bursátil de materias primas.
En los últimos cinco años, el precio del trigo creció en un 177 por ciento; la soya en un 196 por ciento y el maíz en un 214 por ciento. No obstante, debemos reiterar aquí que entre lo que más afecta el cumplimento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio son las alzas en los precios del petróleo. En la República Dominicana, nuestra factura petrolera ha pasado de 1 mil 667 millones de dólares en el 2004, a una proyección de 6 mil 500 millones para este año, lo que representa una diferencia de cerca de 500 por ciento.
Con esa diferencia de 5 mil millones de dólares, en la República Dominicana habríamos podido financiar todas las inversiones públicas, desde el 2008 al 2015, estipuladas en los análisis de costos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Señor Presidente, a lo que el mundo aspira no es a un salón de apuestas.
Lo que el mundo desea no es una manipulación continua, ni un fraude permanente sobre aspectos o factores que inciden de manera determinante en la calidad de sus condiciones de vida.
El mundo, en realidad, tiene aspiraciones muy simples, como son vivir en condiciones de justicia social y equidad, con la creación de oportunidades para que cada ser humano pueda desarrollar sus potencialidades creativas, tanto materiales como espirituales.
Para el logro de esos nobles propósitos, las naciones que han asumido el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio como una agenda de verdadera y genuina transformación social, fijan su mirada, con optimismo y esperanza, en este sistema de Naciones Unidas para corregir todas esas distorsiones y enmendar tales desvaríos.
Estamos confiados en que con tantas inteligencias aquí reunidas, actuando en favor de un mejor destino para la humanidad, importantes soluciones serán aportadas, con la misma presteza, con la misma urgencia y con el mismo interés con que en estos días de turbulencias financieras se diseñan paquetes de rescate para bancos en quiebra.
Muchas gracias.
En nombre del Gobierno y del pueblo de la República Dominicana, nos complace extender nuestras más cálidas felicitaciones al Señor Presidente, Padre Miguel d´Escoto Brockmann, de la hermana República de Nicaragua, por su reciente elección, al tiempo que aprovechamos esta oportunidad para expresar nuestros saludos a los miembros integrantes de esta Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
Hace ocho años, en este mismo lugar, los representantes de 189 países hicieron un compromiso crucial, posiblemente uno de los compromisos más trascendentes que tantas naciones del mundo hayan hecho jamás: acordaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
En el año 2000, se creyó y se sigue creyendo hoy, que los propósitos que entonces se fijaron quedarían registrados en la historia común de la humanidad como la más valiente decisión ética frente a la pobreza extrema, la vergüenza de la injusticia generalizada y el desgarrador drama de la inequidad social.
Era una agenda de trabajo y de dedicación que exigía una gran dosis de voluntad política, el diseño de acciones que se correspondieran con las metas a alcanzar, un reordenamiento de prioridades presupuestarias y un mayor flujo de recursos asistenciales y de apoyo al desarrollo.
No asumimos los Objetivos de Desarrollo del Milenio en términos vagos. No rodeamos la Declaración del Milenio con conceptos abstractos y grandilocuentes, pero carentes de sustancia. Por el contrario, analizamos con la mayor crudeza posible la situación que queríamos corregir.
Medimos con precisión matemática su abrumadora dimensión y la magnitud del esfuerzo político y financiero que tendría su reversión.
Asumimos los Objetivos de Desarrollo del Milenio con tan suprema responsabilidad, que incluso fijamos una fecha para su cumplimiento: el año 2015.
Ahora estamos a mitad de camino, y nos enfrentamos con la desalentadora situación de un escenario internacional lleno de obstáculos para que podamos concluir lo que nos propusimos en el año 2000.
Sabíamos que habrían dificultades. Reconocíamos que tendríamos que superar inmensos obstáculos; y habíamos identificado los grandes retos, de todo género, que nos aguardaban para la obtención de nuestros planes.
En la República Dominicana hemos logrado obtener algunos avances hacia el cumplimiento de los Objetivos del Milenio.
Desde el 1991 hemos reducido a más de la mitad el porcentaje de niños de cinco años que tienen bajo peso para su edad.
Hemos progresado en conquistar nuestros objetivos en materia de desarrollo sanitario y hemos logrado controlar la propagación del VIH-SIDA.
Sin embargo, ahora ya sabemos que por encima de los pequeños logros alcanzados y los avances conquistados, no sólo por la República Dominicana, sino por naciones en desarrollo de todos los continentes, todavía más de medio millón de mujeres mueren cada año de complicaciones de los embarazos y los partos que pueden ser tratados y prevenidos.
Ahora ya sabemos, que si no se hace un esfuerzo extraordinario de aquí en adelante, el objetivo de reducir a la mitad la proporción de niños que nacen con un peso por debajo de lo saludable, no alcanzará a 30 millones de ellos. Ahora ya sabemos, también, que en el año 2006 aumentó a casi tres millones el número de muertes por causa del SIDA, y que las medidas de prevención contra esa ominosa pandemia siguen siendo penosamente insuficientes.
Otra perspectiva desoladora, es que más de 600 millones de personas no tendrán mejores servicios sanitarios que los que ahora poseen.
Ahora bien, al tiempo que esto ha venido ocurriendo, las naciones más ricas que se comprometieron a aportar ayuda oficial extraordinaria para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en general, se han quedado cortas a la hora de hacer efectivas sus ofertas. Sólo cinco de esas naciones - Noruega, Suecia, Holanda, Dinamarca y Luxemburgo - han hecho honor a sus compromisos, haciendo aportes iguales y en algunos casos superiores al 0.7 por ciento de su Producto Interno Bruto que fue establecido como apropiado por esta organización mundial.
No obstante, lo cierto es que en estos momentos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio se requiere, por parte de la comunidad internacional, de un plan de rescate financiero, de una especie de "bailout", como se dice en estos días. Conforme a estudios del Banco Mundial, se demandarían en promedio, cada año, en ayuda externa, cerca de 50 billones de dólares para cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Eso equivale a decir que para que se cumplan los propósitos de elevar la calidad de vida y las condiciones de dignidad de las naciones pobres del mundo, se necesitará de un plan internacional de financiamiento económico tan audaz y tan urgente como el que actualmente se lleva a cabo para salvar a Freddie Mac, Fannie Mae, Bear Sterns, Merrill Lynch, AIG y otras instituciones financieras.
De aquí al 2015, es decir, durante los próximos siete años, hasta cumplirse la fecha de realización de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se requeriría, siguiendo el criterio del Banco Mundial, 350 billones de dólares de ayuda externa, lo que representa la mitad de lo que en estos momentos se debate en el Congreso de los Estados Unidos para salvar de la quiebra a las empresas financieras de Wall Street, responsables de su propio fracaso.
Los pueblos del mundo afectados por el hambre y la miseria levantan su voz para que la comunidad internacional preste a la solución de sus necesidades la misma rápida atención con que ha acudido a salvar de la hoguera a instituciones bancarias al borde del colapso.
No queremos albergar la idea de que el rescate de la dignidad de los pobres del mundo no tenga la misma prioridad ni la misma urgencia que el salvamento de instituciones que operan en el más poderoso centro financiero del mundo. Aclaramos que no hemos venido aquí a condenar a nadie.
Tampoco hemos venido a levantar nuestro índice acusador contra ninguna nación amiga, miembro de esta familia de las Naciones Unidas. La nuestra, más bien, aspira a ser una voz de alerta.
Una voz que contribuya a estremecer la conciencia y procure la solución de un problema de alcance global de las naciones pobres, el cual resulta socialmente injusto y éticamente inaceptable.
Pero queremos, Señor Presidente, aprovechar esta tribuna para alertar también sobre otros aspectos que dificultan el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el avance y progreso de nuestras naciones.
Tal es el caso, por ejemplo, de la especulación no regulada en la compra y venta de contratos a futuro de petróleo y alimentos. No hay manera de ocultar el hecho de que sin ninguna regulación, los mercados de contratos a futuro son mecanismos que se prestan, a través de una especulación excesiva, del fraude y de la manipulación, a una distorsión de los principios fundamentales del quehacer económico. No cuestionamos el hecho de que en la fijación de los precios del petróleo, la oferta no ha aumentado en forma significativa, al tiempo que la demanda se ha incrementado, que no ha habido suficiente inversión en nuevas refinerías en los últimos tiempos, que existen tensiones geopolíticas en distintas partes del mundo, o que el dólar norteamericano haya experimentado una disminución de su valor.
Todo eso es cierto. Lo que cuestionamos, sin embargo, es el hecho de que en tan sólo doce meses, el precio del barril de petróleo pasó de 70 dólares a casi 150 dólares. En el mes de julio de este año quedamos estupefactos al observar que los precios del barril de petróleo aumentaron diez dólares en un día.
Pero hace apenas dos días, hemos contemplado, con gran perplejidad, que los referidos precios subieron, no diez dólares, sino 25 dólares el barril en un sólo día. ¿Cómo explicar eso? ¿Es que de repente, en cuestión de un día, el mundo entero aumentó su demanda en forma tan brusca? ¿O es que de manera inesperada los pozos petroleros del mundo vieron su existencia desaparecer?
En realidad, todo eso sólo tiene una explicación: la especulación excesiva en los mercados de futuro. Resulta incomprensible que alguien venda algo que no tiene y que otro compre algo que no aspira recibir.
Sin embargo, eso es lo que ha estado aconteciendo en estos momentos en la más clara expresión de funcionamiento de eso que se ha dado en llamar "capitalismo de casino".
En apenas cinco años, han entrado cientos de billones de dólares en los mercados de materias primas a futuro, gran parte dirigido a la energía, mientras los precios se dispararon en más de un 200 por ciento entre julio del 2003 y julio del 2008; y eso ocurrió no sólo con unos cuantos productos básicos, sino con la totalidad de los 25 productos del índice del mercado bursátil de materias primas.
En los últimos cinco años, el precio del trigo creció en un 177 por ciento; la soya en un 196 por ciento y el maíz en un 214 por ciento. No obstante, debemos reiterar aquí que entre lo que más afecta el cumplimento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio son las alzas en los precios del petróleo. En la República Dominicana, nuestra factura petrolera ha pasado de 1 mil 667 millones de dólares en el 2004, a una proyección de 6 mil 500 millones para este año, lo que representa una diferencia de cerca de 500 por ciento.
Con esa diferencia de 5 mil millones de dólares, en la República Dominicana habríamos podido financiar todas las inversiones públicas, desde el 2008 al 2015, estipuladas en los análisis de costos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Señor Presidente, a lo que el mundo aspira no es a un salón de apuestas.
Lo que el mundo desea no es una manipulación continua, ni un fraude permanente sobre aspectos o factores que inciden de manera determinante en la calidad de sus condiciones de vida.
El mundo, en realidad, tiene aspiraciones muy simples, como son vivir en condiciones de justicia social y equidad, con la creación de oportunidades para que cada ser humano pueda desarrollar sus potencialidades creativas, tanto materiales como espirituales.
Para el logro de esos nobles propósitos, las naciones que han asumido el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio como una agenda de verdadera y genuina transformación social, fijan su mirada, con optimismo y esperanza, en este sistema de Naciones Unidas para corregir todas esas distorsiones y enmendar tales desvaríos.
Estamos confiados en que con tantas inteligencias aquí reunidas, actuando en favor de un mejor destino para la humanidad, importantes soluciones serán aportadas, con la misma presteza, con la misma urgencia y con el mismo interés con que en estos días de turbulencias financieras se diseñan paquetes de rescate para bancos en quiebra.
Muchas gracias.
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