sábado, 16 de abril de 2016

7:57 p. m.


Acabo de llegar de mi anunciado viaje por mi patria.  Fueron 28 días desplazándome por todo el territorio nacional, informándome sobre el terreno, de los actuales asuntos políticos, sociales y económicos que me interesan.  Nada de “resources”, ni lujos. Lo mío fue, un hablar de cara a cara con la gente que habita en las aldeas más remotas y pobres de nuestro pueblo.

En ese periplo, llegue a los Ranchitos de Ocoa, una comunidad rural paupérrima, asentada en ambos lados de la carretera, a una distancia de diez kilómetros del llamado Cruce de Ocoa.

En ese lugar pobrísimo, el sol es candente, dando lugar a un calor infernal desde temprana horas de la mañana.  El caserío de destartaladas casuchas es pintoresco. Su plasmación en un fresco, evocaría una aldea del tiempo de la colonia; y su gente, desnutridos, famélicos, desdentados, a la vez, también evocarían en un lienzo, a los olvidados de la tierra.

En una de esas casuchas sobrevive muy enfermo, Eduardo Ruiz, bajo el amoroso cuidado de su hermana Dilcia y la dispensa de afectos de su comunidad.  Su cuerpo ya es un esqueleto, que yace sobre una destartalada “cama sándwich”.  Este desdichado ser humano, desde meses atrás, sufre de cáncer en la próstata.  El dolor lo masacra. La sonda, en ese calor infernal lo tortura y el hambre lo consume.  El médico le recetó 90 pastillas, una diaria, pero debido al precio de las mismas, 65 pesos por unidad, solo pudo o pudieron abastecerlo por una semana.

Los dolores hacen que Eduardo puje y grite de dolor constantemente. Su hermana (Dilcia), está con él todo momento, no lo abandona, no lo descuida.  Ella, no puede descansar a ninguna hora, ni de día ni de noche. Su paciente demanda sus cuidados en todo tiempo.  Ella está agotada y estresada.  La pobreza, las carencias, la falta de comida y medicamentos no le dan tregua para un sosiego.
Posiblemente Eduardo muera uno de estos días.  Su muerte será la liberación de sus grandes sufrimientos, en una tierra con abundancia de todo, pero, donde unos pocos indolentes, desaprensivamente disfrutan y derrochan, ese todo.

La situación y suerte de Eduardo, es la de miles de dominicanos, tal vez de millones.  Para cambiar esta amarga realidad, se ha luchado.  Desde 1844 hasta la fecha, miles de dominicanos en un batallar heroico, han perdido sus vidas y bienes, buscando revertir la aberración social, que acontece desde la creación misma de la República.

Todavía al día de hoy se hacen esfuerzos extraordinarios para lograr ese anhelado cambio.  “La Convergencia de Partidos”, es hoy por hoy, una concretización de esos esfuerzos, cuyos objetivos están a punto de colapsar, porque no se ha logrado la unidad Sine Qua Non, con la que únicamente se derrotaría al perverso peledeismo.

En este desenfoque con la historia, de los que no han querido unirse para desplazar a tantos malvados, argumentando un criterio (la falta de diálogo y propuestas impidió el gran polo opositor entre partidos), que ya suena a cliché mal elaborado y de mal gusto, sus actuaciones egoístas y torpes, por omisión o comisión, directa o indirectamente, de buena o mala fe, aunque no lo acepten así, ellos en conjunto, están trabajando para favorecer el continuismo de Danilo Medina.  Al efecto, Guillermo Moreno, Minou Tavárez y Hatuey Decamps, están trabajando para afianzar a Danilo Medina, tal como de otra posición lo están haciendo, Miguel Vargas, Amable Aristy Castro, los Vincho y otros.  Divide y vencerás, en consecuencia, los malos vencerán, porque los “buenos”, estamos divididos.

En una de sus más recientes declaraciones, vertidas al participar como invitado al Diálogo Libre, del periódico Diario Libre, Guillermo Moreno nos ha sorprendido, cuando refiriéndose a la unidad en torno a la Convergencia de Partidos que lidera el PRM, expresó: “no fue posible lograr un acuerdo de unidad partidaria. Las conversaciones se llevaron a cabo con los partidos Revolucionario Moderno (PRM), Opción Democrática (OD), Revolucionario Social Demócrata (PRSD), Dominicanos por el Cambio (DXC), entre otros, sin que se lograra un consenso de ideas; pero pese a no progresar un acuerdo con esas fuerzas, Alpaís pudo conformar la Alianza Electoral para el Cambio Democrático, la cual está integrada por cinco organizaciones políticas, cuatro de ellas, sin reconocimiento oficial, pero con su base social y su trabajo político.  Esta vez, este fue el nivel que pudimos alcanzar, pero no desistimos-afirmó Guillermo Moreno- porque la vida no termina el 15 de mayo”,

Se supone, que los que estamos todavía en la política, militando en los llamados partidos progresistas y revolucionarios, lo hacemos con el objetivo de cambiar la situación inmediata del ocoeño Eduardo Ruiz, que es la situación en la que viven millones de dominicanos, que no pueden esperar más allá del 15 de mayo, porque en esa espera, estarán muertos o agonizando de manera irreversible.

A Guillermo y a los flamantes dirigentes de Alpais, quienes sí pueden esperar toda una vida, lo mismo que a Minou y Hatuey, yo los invito, a que pasen por los Ranchitos, por la casa de Eduardo Ruiz, y que le hablen a él (si es que está vivo aún), también a su hermana Dilcia, familiares y miembros de la comunidad que le asisten, y que le pregunten a todos ellos, si están de acuerdo con esa política de espera y de no alianza en aras de los principios que enarbolan.  Y a esa gente que su vida terminó hace tiempo (porque ellos no viven, solo sobreviven), que le pregunten (para ilustración), si ellos aprueban y justifican, ese decir: ”que la vida no termina el 15 de mayo, que la vida continua, que ellos pueden esperar”.

Si se deciden ir a los Ranchitos en labor de altruismo e investigación, yo les sugiero que lleven agua, algunos pesos para dejarle a esa gente, repelente para los mosquitos y mucho valor para que puedan bregar con el dolor y la impotencia, que produce aquel cuadro surrealista de la paupérrima existencia humana, a los que ellos, como solución o paliativo a tan graves problemas existenciales, les ofrecen, una espera de mejores oportunidades, después de un 15 de mayo, que quizás no alcancen a ver.

Autor: Miguel Espaillat Grullón. Reside en Nueva York.

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